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lunes, 30 de julio de 2012

Nano


Había una vez, hace menos tiempo del que crees, un pueblo escondido en las faldas de una montaña, se llamaba Kloud y en el vivian los klaudadinos, gentiles campesinos del reino de Ugdar y fieles súbditos del Rey Daniel. En Kloud todas las casa tenían que ser pintadas de blanco por ordenes del Alcalde, asi el pueblo era protegido al confundirse con las nubes que rodeaban la montaña. Y todos debían vestir de verde para confundirse con la espesa vegetación, de hecho era casi imposible verlo desde abajo o llegar a él sin saber bien la dirección. Desde arriba, arriba podían verse dos mares, ya que el reino era un delgado istmo que los dividía. Allí nació  Nano, el protagonista de nuestra historia, una fría mañana de octubre mientras caía bajareque. Apenas lloró fue envuelto en sabanas verdes y puesto en su cuna, mientras su orgulloso padre lo miraba. Seguro seria igual que él… escalifragilisticador especialista en textiles. Si, toda la tela color verde que se hacía en Kloud, era hecha en  los talleres del papá de Nano, Don Alessio de Erasmszts. Y más de 16 generaciones de Erasmszts se habían dedicado al noble trabajo de hilar en verde todo textil para proteger al pueblo. Nano, allí enchumbadito en su cuna, no sabía que desde el vientre de su madre estaba comprometido a casarse con la hija de los Diagris, encargados, obviamente del noble negocio de la pintura blanca. A su prometida aun le faltaban dos meses para nacer… pero hombre Albricias! Que finalmente los Erasmszts y los Diagris se unirían para engrandecer al noble pueblo de Kloud.

Todo fue de maravilla hasta que Nano un día empezó a preguntarle a la madre por qué todos debían vestir de verde? – ¿Por qué mamá?- Investigaba el pequeño de grandes ojos marrón sin pestañear. – Porque es la tradición mi ternurito.- le decía angelical su madre, vestida en un lindo traje con 30 tonos de verde muy veraniego. – Pues yo me quiero vestir de naranja como ese mango que cuelga de allá- Insistía el chiquillo. – No digas locuras Nano, ¿cuándo se ha visto que un klaudadino se vista de otro color que no sea verde? Si quieres dile a papá que te haga otro tono, o un tono de verde que lleve tu nombre, este por ejemplo –decia orgullosa señalando una de las franjas- tu padre lo nombro en honor a mí, se llama VerdeTita  o no, mejor aún, que haga otro patrón, ya estás en la edad en que los patrones geométricos aburren, lo sé. Todos pasamos por eso. – replicaba ella apretándole los rojos cachetes.

Pero Nano no quería otro patrón u otro tono. Él quería otro color. Él quería todos los colores en una sola tela. Cuando confesó su secreto a la inquieta Frankie, los ojos negros de esta se desorbitaron. Además de su prometida, aquella traviesa de 12 años era su mejor amiga y confidente. -¿Estás loco Nano? Es como si le dijera a mi padre que las casas hay que pintarlas, no sé, de rojo. –Dijo ella alterada, salvo la palabra rojo que salió en un suspiro. Frankie Diagris empezó a caminar de un lado a otro asustada. Podía ver lo que Nano tramaba, podía leer su sonrisa de lado y el balancear de su cabeza en afirmación. ¿Por qué no pudo ser normal y gustarle el blanco en las casas y el verde en las telas? Se preguntaba la niña mientras las campanas de la iglesia repicaban alerta. Kloud era atacado por Bretchianos… mineros despiadados que buscaban el pueblo hace décadas. Pues bajo Kloud dormían protegidas las minas de argón y sulfito, últimas en el mundo y capaces de abastecer todas las fabricas del Reino del Este para crear fonolares de comunicación.

Por primera en su vida, nano sintió miedo y oculto en los bolsillos su manos aun manchadas de la pintura roja con la que baño la escuela.