Había una vez, hace menos tiempo
del que crees, un pueblo escondido en las faldas de una montaña, se llamaba
Kloud y en el vivian los klaudadinos, gentiles campesinos del reino de Ugdar y
fieles súbditos del Rey Daniel. En Kloud todas las casa tenían que ser pintadas
de blanco por ordenes del Alcalde, asi el pueblo era protegido al confundirse
con las nubes que rodeaban la montaña. Y todos debían vestir de verde para
confundirse con la espesa vegetación, de hecho era casi imposible verlo desde
abajo o llegar a él sin saber bien la dirección. Desde arriba, arriba podían
verse dos mares, ya que el reino era un delgado istmo que los dividía. Allí
nació Nano, el protagonista de nuestra
historia, una fría mañana de octubre mientras caía bajareque. Apenas lloró fue
envuelto en sabanas verdes y puesto en su cuna, mientras su orgulloso padre lo miraba.
Seguro seria igual que él… escalifragilisticador especialista en textiles. Si,
toda la tela color verde que se hacía en Kloud, era hecha en los talleres del papá de Nano, Don Alessio de
Erasmszts. Y más de 16 generaciones de Erasmszts se habían dedicado al noble
trabajo de hilar en verde todo textil para proteger al pueblo. Nano, allí
enchumbadito en su cuna, no sabía que desde el vientre de su madre estaba
comprometido a casarse con la hija de los Diagris, encargados, obviamente del
noble negocio de la pintura blanca. A su prometida aun le faltaban dos meses
para nacer… pero hombre Albricias! Que finalmente los Erasmszts y los Diagris
se unirían para engrandecer al noble pueblo de Kloud.
Todo fue de maravilla hasta que Nano
un día empezó a preguntarle a la madre por qué todos debían vestir de verde? – ¿Por
qué mamá?- Investigaba el pequeño de grandes ojos marrón sin pestañear. –
Porque es la tradición mi ternurito.- le decía angelical su madre, vestida en
un lindo traje con 30 tonos de verde muy veraniego. – Pues yo me quiero vestir
de naranja como ese mango que cuelga de allá- Insistía el chiquillo. – No digas
locuras Nano, ¿cuándo se ha visto que un klaudadino se vista de otro color que
no sea verde? Si quieres dile a papá que te haga otro tono, o un tono de verde
que lleve tu nombre, este por ejemplo –decia orgullosa señalando una de las
franjas- tu padre lo nombro en honor a mí, se llama VerdeTita o no, mejor aún, que haga otro patrón, ya estás
en la edad en que los patrones geométricos aburren, lo sé. Todos pasamos por
eso. – replicaba ella apretándole los rojos cachetes.
Pero Nano no quería otro patrón u
otro tono. Él quería otro color. Él quería todos los colores en una sola tela.
Cuando confesó su secreto a la inquieta Frankie, los ojos negros de esta se
desorbitaron. Además de su prometida, aquella traviesa de 12 años era su mejor
amiga y confidente. -¿Estás loco Nano? Es como si le dijera a mi padre que las
casas hay que pintarlas, no sé, de rojo. –Dijo ella alterada, salvo la palabra
rojo que salió en un suspiro. Frankie Diagris empezó a caminar de un lado a
otro asustada. Podía ver lo que Nano tramaba, podía leer su sonrisa de lado y
el balancear de su cabeza en afirmación. ¿Por qué no pudo ser normal y gustarle
el blanco en las casas y el verde en las telas? Se preguntaba la niña mientras
las campanas de la iglesia repicaban alerta. Kloud era atacado por Bretchianos…
mineros despiadados que buscaban el pueblo hace décadas. Pues bajo Kloud dormían
protegidas las minas de argón y sulfito, últimas en el mundo y capaces de abastecer
todas las fabricas del Reino del Este para crear fonolares de comunicación.
Por primera en su vida, nano sintió
miedo y oculto en los bolsillos su manos aun manchadas de la pintura roja con
la que baño la escuela.